“Eres la llama en la que me gustaría arder,
pero también el oscuro bosque donde temo perderme”
Felipe Cantarino Santillana
Quisiera ser distinto, pero no puedo. ¿Quién escribe esto? ¿Mi mente, corazón o alma? ¿O tal vez es la suma de los tres lo que me hace ser así? ¿Qué tengo? ¿la pureza de un niño o la simplicidad de un loco?
Recuerdo una noche frente al espejo con los ojos clavados en la imagen que refleja. Como tantas veces me pregunto ¿Qué diablos quieres?
Esa noche vi como esa misma imagen, no se si fruto del sueño, del alcohol o algo que empieza a fallar en mi mente, me respondía:
- Estúpido sentimental, jamás aprenderás. Quieres ser una sombra en la oscuridad, una brisa en medio de un huracán, una gota de agua en un océano, ser un espejismo en medio de un sueño. Quieres ser nada, volver a la nada, quieres ser olvidado y olvidar. Escribe, sueña, ama cuanto quieras, pero al final muere como las estrellas, brilla con fuerza y en silencio una vida, después desaparece dejando un enorme agujero negro, un vacío que lo arrastra todo hasta su interior y a la vez es imposible de llenar. Sabes que es malo abrir el corazón, demasiada gente lo quiere devorar, pero te empeñas en que lo arranquen, mastiquen y escupan sin compasión. ¿Cuántas veces estás dispuesto a coserlo? Si hablas es malo, si sueñas mueres, si piensas te invade la locura y al tiempo es complicado continuar porque todo ello es lo que te da las fuerzas.
Responde a una pregunta ¿Qué deseas?
- Deseo convertirme en cenizas – Respondí.- Que el viento me esparza por un mundo que ha dejado de importarme.
-Estúpido sentimental, jamás aprenderás- repetía la imagen del espejo mientras me alejaba por el pasillo.
Sentado a oscuras en el comedor el estruendo de un trueno trajo de nuevo mi mente a la realidad. Me levanto y miro por los ventanales de la galería.
La tormenta llena el cielo de luz y el sonido del agua que golpea con fuerza contra los tejados y los cristales de la galería, por un momento tengo la sensación de que todo está bien, que todo sigue su curso en esta vida, ahora que he caído
No puedo quedarme en casa, necesito caminar.
Cojo mi reproductor, con la misma música de siempre, bajo las escaleras a oscuras, no quiero ver lo que hay a mi alrededor, sólo necesito sentir la tormenta, su carga eléctrica inundando el aire con ese olor a fresco del ozono, la cadencia lenta del caer de las gotas de lluvia sobre mí, porque todas esas cosas me llevan más allá de todo mientras camino sin rumbo. Da igual donde vaya porque después tendré que volver, sólo necesito no tener la sensación de no estar haciendo nada.
Pienso mientras camino en lo que le diría si pudiese hablar ahora con ella.
“Sabes que me gustaría verte y hablar contigo siempre que tengo una oportunidad, es algo que he dejado de ocultar, aunque también tengo vergüenza de ser tan transparente, que todo el mundo pueda ver a través de mi armadura, porque cuando este cerca de ti el sentido común me dice que debo ser cuidadoso y paciente.
Me das todo eso y mucho más. Estoy seguro que podría adquirir la costumbre a sentir cada sonido que sale de tus labios, buscando un momento de complicidad entre ambos y a padecer el hechizo de tu mirada, sentir me hipnotizado y liberado en cada parpadeo. Quiero sentirte recostada contra mi pecho, porque de esa forma podrías oír con más claridad los latidos de mi locura, mientras mi mano se pierde acariciando tu pelo, hasta descubrir tu cuerpo.
Se me haría difícil mirarte a los ojos ya que en ellos encuentro algo esencial, no se que es, en comparación es como el momento que se encuentra entre la inspiración y la espiración, ya que en ese instante se produce la magia de la vida, la magia que la alimenta.
Tengo miedo sólo a una cosa, alejarte de mí por no saber controlarme o al malinterpretarse, ten por seguro que no deseo hacerlo.”
Por un momento me siento tentado de llamarla, miró su número en la pantalla del móvil. Acabo pulsando el botón del lateral y la pantalla se oscurece. Creo que caminaré un poco más solo bajo la tormenta.